“La energía de los buenos sentimientos”

COMENTARIOS CORTOS Y ÚTILES

En un lejano país, tan lejano como extraño, los carros eran inteligentes y hablaban. Existía también una raza de pequeños autos salvajes que circulaban libremente por el campo. No necesitaban carreteras ni gasolina, pues para moverse les bastaban los buenos pensamientos y buenos deseos, una original idea de su excéntrico inventor. Su gasolina era, entonces, los buenos pensamientos y los buenos deseos.

Aquellos carros se hicieron famosísimos, y las carreras de autos salvajes eran el pasatiempo favorito de todos. Todos los niños soñaban con pilotear uno, pues su poco peso y su sinceridad les convertía en pilotos ideales. Y, como encontrar conductores pequeños y de buen corazón que supieran mantener buenos sentimientos durante toda una carrera, era muy difícil, había que buscar niños muy buenos y frecuentemente se celebraban pruebas para descubrir nuevos talentos, en las que cada aspirante tenía una única oportunidad de demostrar su habilidad con los carros salvajes.

Así, la caravana de pruebas llegó a la pequeña ciudad en que vivía Nico, un niño bueno y alegre que, como muchos otros, no durmió esa noche mientras hacía cola esperando su turno para pilotear uno de aquellos carros. Durante la espera, muchos niños ensayaban y practicaban sus buenos deseos y pensamientos, pero en cuanto se abrieron las puertas, una gran carrera de codazos y empujones descubrió que no todos eran tan buenos como parecían.

Sin embargo, los organizadores ya lo debían tener previsto, y tras unas pocas pruebas tan sencillas como dar las gracias por un chocolate, ayudar a preparar el material de las carreras o atender respetuosamente a una viejecita, sólo quedó un grupito de niños verdaderamente bondadosos, entre los que se encontraba Nico. Los niños fueron subiendo a los carros por turnos para dar unas vueltas al circuito. A Nico le tocó el último turno, pero no le importó mucho, pues disfrutó de lo lindo viendo de cerca cómo aceleraban los coches salvajes.

Cuando le llegó el momento, el corazón le latía a mil por hora. Con la emoción, apenas podía correr, y fue el último en subir a su coche. Tan contento estaba, que tardó un poco en darse cuenta de que aún quedaba un último niño por subir; uno que caminaba usando muletas y no había podido llegar antes porque debido a su impedimento caminaba muy despacio. Y a su lado, escuchó cómo el jefe de las pruebas le decía: – Lo siento muchísimo, niño, ya no quedan autos y ésta es la última prueba de hoy. Los carros tienen que descansar ya.  Lo siento, tendrás tu oportunidad en otra competencia, otro año… Al recordar el brillo emocionado que despedían un rato antes los ojos de aquel niño, y ver ahora su profunda tristeza, Nico respiró hondo, bajó del automóvil y dijo: – No importa. Yo le dejo mi carro.

El motor del carro salvaje rugió como nunca, mientras el niño con muletas subía lleno de alegría. Nico se quedó satisfecho por lo que había hecho, aunque un poquito desilusionado. Pero antes de arrancar, el otro niño vio en Nico algo de tristeza y, agradecido, le tendió la mano diciendo: – Sube. Iremos los dos juntos, aunque vayamos un poco más despacio. Nico subió de un salto. Los niños se abrazaron alegres, pero apenas pudieron hacer nada más. ¡Su auto tronó como un cohete, y salió a la velocidad del rayo! Aquella carrera rompió todos los récords porque su combustible era poderoso, porque los dos niños tenían muy buenos sentimientos y juntos participaron en muchas competiciones y se hicieron famosos. Sus buenos sentimientos y deseos que daban tanta velocidad al carro nadie podía igualarla. 

Adolfo Miranda Sáenz

Sea el primero en comentar

Deje su comentario

Su correo no será publicado.


*