Anécdotas quizás desconocidas

Jaime Chamorro Cardenal. FOTO: Cortesía.

CARTAS DE AMOR A NICARAGUA

Querida Nicaragua: Nuestro querido amigo ingeniero, periodista, escritor, director por largo tiempo del Diario LA PRENSA, don Jaime Chamorro Cardenal, se nos ha ido de pronto y nos ha dejado su talentoso ingenio mental. Amigo y oyente de Radio Corporación, siempre llevaba encendida nuestra frecuencia cuando a las tres de la tarde iba de su casa a LA PRENSA y le repugnaba oír la viñeta en la que Tomás Borge repetía: “habrá Frente Sandinista para hoy, mañana y siempre”. Nos pidió tantas veces que la suspendiéramos, lo que al fin tuvimos que hacerlo porque en realidad los oyentes se la sabían de memoria.

Cuentan una anécdota simpática de Jaime. Una noche asistió a una fiesta de gala del gran mundo económico y político en donde también se encontraba el general Anastasio Somoza Debayle. En determinado momento Somoza se quedó mirándolo como queriendo conocerlo, se le acercó y le preguntó: “¿y vos quién sos?”. Jaime tranquilamente le contestó: “yo soy Jaime Chamorro Cardenal, ¿y vos quién sos?”. Los serviles rodearon a Somoza y se diluyeron entre la concurrencia. Asunto aparte, Jaime Chamorro dejó varios libros escritos y toda la historia de las vicisitudes del Diario LA PRENSA durante los años ochenta del siglo pasado.

Descanse en paz nuestro querido amigo Jaime, seguramente se presentó ante el Señor con las manos repletas de buenas obras. Dichoso él que fue tan buena gente. Otra anécdota pero no de Jaime sino mía. Un lejano día a comienzos del 1954 me quedé entrampado en Ciudad Segovia (Ocotal) debido a un sorprendente estado de sitio que decretó el gobierno del general Somoza García. Aproveché los días para vacacionar, recorrer algunas haciendas que conocía desde la infancia y encontrar en los caminos nuevas pinceladas para enriquecer los programas de radio.

En la hacienda San Nicolás, propiedad de los Mantilla, pasé varios días y conocí a Blas Montoya, un campesino que hacía de todo: ordeñaba, hacía cuajadas y quesos, curaba a los terneros enfermos, en fin hacía de todo. En la nochecita platicábamos mientras el punteaba la guitarra y entre mazurca y mazurca de montaña me contaba muchas cosas. Había trabajado en la finca de un gringo en San Carlos. El gringo tenía un jeep en el cual le gustaba recorrer sus propiedades y siempre llevaba de ayudante a Blas Montoya, que sabía también cambiar una llanta ponchada. Además cada vez que se topaban con una puerta de trancas en alguno de los potreros, Blas Montoya se bajaba rápidamente para abrirla y cerrarla. Ese era un trabajo permanente cuando andaba en el jeep con su patrón, la rapidez con que abría y cerraba la puerta era impresionante.

Al gringo generalmente le gusta la gente activa, la que no tiene pereza, la que hace de todo, en fin, les gusta la gente viva e inteligente. Y Blas Montoya era más que eso. Era toreador en las barreras de toros y tenía fama de ser el mejor torero de Jalapa y sus alrededores. Blas era el empleado perfecto para aquel gringo. Un día el gringo compró una avioneta y casi no usaba el jeep.

Cuando iba a dar el primer recorrido por aire para conocer bien sus fincas llamó a Blas Montoya para invitarlo a volar como pájaro, a ver el paisaje desde arriba, desde las nubes. Pero Blas le dijo: “Huevo, yo no me monto. Ahí arriba no le abro las puertas de los potreros”. Y nadie lo hizo montarse nunca en una avioneta. De este tipo de anécdotas hago los cuentos de Pancho.

Escrito por Fabio Gadea Mantilla

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