¿Dónde está Dios ante tanto sufrimiento?

Adolfo Miranda Sáenz

Una familia se baña en el mar. De repente una ola muy grande arrastra al pequeñito de tres años y lo encuentran horas después ahogado. ¿Por qué…?

Un hombre joven, casado y con tres niños, viaja a su trabajo cuando un conductor borracho lo embiste, cae al pavimento, se rompe la cabeza y muere. ¿Por qué…?

Una niña de 13 años, con muchas ilusiones y planes para su futuro, es diagnosticada con cáncer terminal y le dan dos años de vida de sufrimiento para ella y su familia. ¿Por qué…?

Una joven recién casada con amor arregla su nuevo hogar, resbala en el piso y cae de espaldas rompiéndose la columna, quedando con medio cuerpo paralizado en silla de ruedas. ¿Por qué…?

¿Por qué a unos les va muy bien y a otros muy mal? ¿Por qué a los malos a veces les toca sufrir menos y les va mejor que a los buenos?

Antes de responder tantos “¿Por qué?” le pregunto: ¿Quién le dijo que a este mundo venimos a un paraíso de alegría y felicidad, a gozar y disfrutar de la vida? ¿Quién le dijo que los buenos no tienen dolores y sufrimientos? Quien le dijo eso le mintió, lo engañó o él mismo está confundido.

¿Alguna vez oyó rezar o usted mismo ha rezado “La Salve” a la Virgen María? ¿Recuerda que nos dirigimos a ella como “los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas?

Es que nosotros no venimos a ningún paraíso. ¡Somos los desterrados del paraíso! Es que nosotros no estamos en un mundo de alegría y felicidad. ¡Estamos en un valle de lágrimas! ¡Y a todos nos toca “gemir y llorar”!

Es verdad que en esta vida hay alegría y felicidad, y tenemos muchas cosas para gozar y disfrutar. Hay amor y cuando damos y recibimos amor hay muchísima felicidad. Existen logros, triunfos. Disfrutamos de la belleza, los deportes, la música, las fiestas. Hay alegría y felicidad en la vida. ¡Claro que sí!

Pero hay tres cosas en esta vida de las que nadie puede escapar: el dolor, el sufrimiento y la muerte.

Salimos de un vientre materno donde estábamos cómodos flotando en un líquido tibio, y de repente nos sacan desnudos, cubiertos de sangre, con un frío horrible y una luz intensa y grosera… Y no nos queda más que pegar el llanto. Nacimos llorando y nos tocará llorar muchas veces en la vida.

Aprendemos a caminar cayendo, desde bebés nos enfermamos y experimentamos el dolor; y el sufrimiento llega cuando nos separan de mamá y nos sentimos abandonados en un kínder. Sufrimos cuando aquella muchachita de quien nos enamoramos prefiere a otro y nos rompe el corazón en cuarto grado. Y… ¡para qué le cuento! Si Usted conoce sus propios dolores y bien sabe lo que ha sufrido y sufre en su vida.

Sobre la muerte no nos gusta pensar y cada vez que alguien muere lloramos y preguntamos ¿por qué…? Porque a veces creemos que solo los viejitos deben morir, ¡pero no es así! Diario mueren bebés, niños, jovencitos, jóvenes, viejos, de todas las edades y por millones de causas. Sabemos que vamos a morir y puede ser en cualquier momento. Nadie se escapa ni escoge su hora.

¿Por qué? Porque Dios no nos creó para vivir aquí. Esta tierra no es nuestro destino, aquí vivimos en el destierro. La muerte no es el fin, sino el principio de nuestra verdadera vida donde no hay llanto ni dolor ni sufrimiento ni muerte. Morir aquí, para el que muere, es encontrar su felicidad infinita, aunque los que le aman sufren.

En este valle de lágrimas Dios no nos deja solos ante el dolor y el sufrimiento. Nos acompaña para darnos fuerzas, consuelo y paz. Y de vez en cuando, según sea su voluntad, ayudarnos a sanar las heridas del cuerpo y del corazón.

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