No todo tiempo pasado fue mejor

Adolfo Miranda Sáenz

Muchos acostumbran —acostumbramos— decir cosas como… ¡En mis tiempos la vida era mejor! ¡En mis tiempos éramos mejores trabajadores! ¡En mis tiempos se estudiaba de verdad! ¡En mis tiempos había más respeto! ¡En mis tiempos había menos corrupción! ¡En mis tiempos… etcétera!

Los jóvenes, en cambio, suelen expresar que la juventud de sus padres, y más la de sus abuelos, fue de una vida súper aburrida, reprimida y demasiado rutinaria. Los sicólogos nos dicen que cada generación piensa que su tiempo fue mejor y que, en términos generales, ven con cierto temor y desconcierto, el de sus hijos.

Lo cierto es que no todo tiempo pasado fue mejor… ni tampoco peor. Simplemente fue diferente. En el mundo convivimos personas de distintas generaciones, que heredamos cultura, costumbres, hábitos, conocimientos, tecnología y formas diferentes para hacer las cosas en un mundo de cambios cada vez más vertiginosos, y lo que heredamos lo actualizamos y transformamos de generación en generación.

Compartimos un mundo en que la honestidad en cada generación se exige de forma diferente. La honestidad también convivió con algo de hipocresía y ha sido bastante selectiva en el cómo, el cuándo y el “con quién” ser honesto. Las nuevas generaciones pueden parecer más abiertas (o descaradas, dirán algunos) en ciertos temas, porque la hipocresía pierde terreno; y la privacidad —que antes encubría muchas cosas— se va reduciendo.

Se puede decir que si en las dos generaciones mayores las personas eran más discretas y respetuosas, las personas jóvenes son más francas y auténticas.

La corrupción siempre ha existido. Tanto en los negocios como en la conducta sexual. Los vicios igual. ¡No estoy justificando nada! Solo digo que si vemos hoy abusos y excesos, recordemos que la prostitución es tan antigua como la humanidad, que cuando no habían anticonceptivos abundaban los hijos fuera del matrimonio y los abortos forzados, y que el vino, la cerveza, el aguardiente, el ron o el Whiskey siempre han existido.

Los de la generación de más de 60 años llamados “Baby Boomers” (porque nacían muchos bebés), acumulan mucha experiencia que les da buena capacidad de análisis. Los jóvenes pueden beneficiarse de sus consejos. Al fin y al cabo hay cosas en la vida que no han cambiado en millones de años. Se les debe respeto por lo bueno —a pesar de lo malo— que hayan dado al mundo; y paciencia en la lentitud de aprendizaje de las nuevas tecnologías.

Los de la generación “X”, entre 40 y 60 años, son muy trabajadores, están en la cumbre de sus logros, son el pilar económico de la sociedad y viven el desconcierto de debatirse entre la disciplina, orden y respeto que imponían sus padres, y la rebelión de parte de sus hijos, los Millenials, contra lo establecido, exigiendo sinceridad y autenticidad junto con mayor libertad.

Los de la Generación “Y” o Millenials, tienen entre 20 y 40 años. A una mayoría les cuesta mucho irse de la comodidad de la casa de sus padres y rehúyen asumir el compromiso de formar su propia familia. La facilidad de encontrar parejas sexuales temporales sin responsabilidades los aleja del noviazgo serio, del matrimonio y de los hijos. Aunque otros conservan valores como casarse, tener hijos y comprar casa.

Recae en ellos toda la presión para completar con éxito la tarea de construir una nueva economía para un mundo en crisis. Tienen gran capacidad de trabajo y de aprendizaje. Se desenvuelven muy bien con la tecnología. Y su tarea más difícil es criar y echar a volar a la generación Centennials o Generación “Z”, de los menores de 20 años.

Los Centennials empiezan el camino para construir un mundo de avances tecnológicos inimaginables, un mundo muy diferente, tan diferente que no podemos ni visualizarlo. Unos los ven con recelo y temor. Otros con la esperanza de que esa juventud, que es esencialmente noble y buena, construya un mundo mejor.


El autor es colaborador permanente de Radio Corporación. Puede conocer más de él, sus libros y artículos en su blog: www.adolfomirandasaenz.blogspot.com

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