Solo a Dios adoramos

Adolfo Miranda Sáenz

Algunos hermanos separados, protestantes o evangélicos, creen que los católicos adoramos a la Virgen María, a los santos y a las imágenes que los representan o que representan a Jesús. Por falta de información adecuada a veces se forman ideas equivocadas. Debemos reconocer también que es posible que algunos católicos —por error o poco conocimiento— actúen a veces de alguna manera que contribuya a formarse esa idea equivocada.

El Catecismo oficial de la Iglesia Católica nos enseña, basándose en la Santa Biblia, que solo debemos adorar a Dios. Expresamente se condena la idolatría. En el numeral 2096 dice el Catecismo que adorar a Dios es reconocerlo como único Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe.

En el numeral 2097 continúa diciéndonos que adorar solo a Dios es reconocer el respeto y la sumisión absoluta de todas las criaturas, que sólo existen por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarlo y humillarse uno mismo, como hizo la Virgen María declarando su deseo de cumplir la voluntad de Dios como una sierva fiel a quien hace maravillas.

También el numeral 2112 nos recuerda que el primer mandamiento condena el politeísmo y que la Escritura advierte contra la adoración de los ídolos, obras de las manos de los hombres, que tienen boca y no hablan, ojos y no ven. En el 2114 afirma que el idólatra es el que aplica a cualquier persona u objeto el lugar que solo corresponde a Dios.

Sobre los santos, en los numerales 946 y 954-959 el Catecismo nos remite a la Sagrada Biblia para enseñarnos que todo el pueblo de Dios redimido por Jesucristo es santo. Todos los cristianos somos santificados en Cristo. Aunque la santidad en esta vida no sea perfecta —pues somos pecadores— se perfeccionará en el Reino de los Cielos.

Son muchos los textos bíblicos sobre este tema; basta recordar cómo inicia el apóstol Pablo su Carta a los Efesios: “Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso.”

La Iglesia del Señor la integramos todos los cristianos, los que estamos en este mundo y también los que ya partieron y están más cerca de Dios. Pablo nos lo enseña en la Carta a los Romanos cuando dice: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí; pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, somos del Señor.”

Cuando la Iglesia “canoniza” a un santo, solo reconoce públicamente que —después de un minucioso estudio— se considera que su vida cristiana es digna de imitarse, servirnos de ejemplo, venerar su memoria y pedirle su intercesión ante Dios.

En la Biblia el Apóstol Santiago nos exhorta diciendo: “Oren unos por otros. La oración del justo tiene mucho poder.” Los católicos, pedimos a nuestros hermanos que intercedan por nosotros ante Dios, se lo pedimos también a los santos que están en el Cielo más cerca de Él. Especialmente veneramos a la Santísima Virgen María, modelo de fe, obediencia y santidad; la que, para hacerse hombre, Dios escogió como madre. Nosotros también la veneramos con amor como madre nuestra.

A las imágenes no las adoramos. Las tenemos con el amor que se tiene la foto de un ser querido. O como el mundo levanta estatuas de sus próceres, héroes o personajes destacados. La Biblia no prohíbe tener imágenes, sino adorarlas en lugar de Dios. Los católicos distinguimos la adoración a Dios de la veneración a la Virgen María y a los santos. Veneración y devoción no son adoración. Nosotros solo a Dios adoramos.

Cuando nos inclinamos ante un Crucifijo no lo hacemos ante la madera o el yeso, sino ante la persona que representa: Jesús; como el que besa la foto de su madre no besa el papel sino a su madre.

www.adolfomirandasaenz.blogspot.com

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