La Iglesia Católica y la política

Adolfo Miranda Sáenz

La Iglesia Católica es una institución religiosa y no debemos desnaturalizarla como una organización política. La Conferencia Episcopal Latinoamericana, CELAM, realizó un proceso sinodal amplio (de consulta) con laicos, religiosos, sacerdotes y obispos, resultando el documento “Hacia una Iglesia Sinodal en salida a las periferias”, como aporte al Sínodo Mundial de Obispos. Recoge las preocupaciones por los problemas de nuestros países, donde debemos actuar como “luz del mundo y sal de la tierra” según nos pide Jesús. Esto implica una posición ante la política, lo que frecuentemente es mal entendido y debe aclararse.

La Iglesia —como comunidad de cristianos— no es, ni tiene, una ideología ni un partido político. La Iglesia está presente en la política a través de sus laicos, actuando según su conciencia conforme al Evangelio y su doctrina social contextualizada por el magisterio del Papa y los obispos. La Constitución Dogmática “Gaudium et Spes” decreta (No. 76) que por razón de su misión y de su competencia “la Iglesia no está ligada con sistema político alguno”.

El documento sinodal llama (No. 101) a la participación política del laicado en Latinoamericana y El Caribe, transformando nuestros países desde dentro como manda el Concilio Vaticano II (“Lumen Gentium”, No. 31): “A los laicos corresponde, por propia vocación, construir el reino de Dios gestionando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales”. Entre los laicos católicos hay pluralidad política según sus diferentes opciones.

Algunos consideran al Papa y los obispos como “la Iglesia”. Se confunde “jerarquía” con “iglesia”. Precisamente el documento citado enfatiza (No. 96) que debemos superar ese “clericalismo”. No es la “jerarquía” la llamada a actuar ante la situación política, social y económica del mundo ni de un país. Es a los fieles laicos a quienes directamente compete esa tarea. Incluso, el clero no debe participar en actividades políticas, cargos públicos ni partidos, porque sus funciones son enseñar, santificar y administrar la Iglesia (Canon 1008).

En décadas pasadas un sector de la jerarquía católica tomó partido en los conflictos políticos latinoamericanos, lo que posteriormente se reconoció como un error. Juan Pablo II y sus sucesores durante sus viajes (aún a países con fuertes tensiones entre iglesia y gobierno) no tomaron partido ni emitieron condenas; expresaron e hicieron, sabia y prudentemente, lo que fuera útil para mejorar las cosas.

El tema político en nuestros países es importante y comprende muchas diferentes situaciones sociales y económicas dolorosas y urgentes, que son reflejadas en el documento (Nos. 47-57). En Latinoamérica y el Caribe viven en pobreza extrema 86 millones de personas. 12,7 millones padecen hambre. El sistema socioeconómico dominante hace imposible a millones tener una vida digna. La inmensa desigualdad entre ricos y pobres daña la sociedad y causa el crimen organizado. Muchos Estados rechazan los justos reclamos con la fuerza pública, persecución de líderes comunitarios y sociales, y militarización de amplios territorios. América Latina tiene el primer lugar en crímenes por razones ambientales. El poder político se utiliza de forma autoritaria a través de regímenes populistas de distintas ideologías y, en muchos países, se dan crisis democráticas y de derechos humanos. En Latinoamérica y El Caribe existe una corrupción extendida a varios niveles.

Los problemas políticos, sociales y económicos son inmensos y complejos en todos nuestros 46 países y no se reducen a situaciones de tres o cuatro naciones. La recomendación surgida de la consulta sinodal (Nos. 101-103) no es que la jerarquía actúe como árbitro internacional ante la compleja problemática económica, social y política de nuestra región, con señalamientos y condenas del Papa y los obispos (algo materialmente imposible, inapropiado y poco útil), sino ejerciendo el magisterio para que los laicos (funcionarios, políticos, empresarios, líderes comunitarios, agentes sociales, etc.) conozcan y tomen conciencia de las situaciones que requieren su participación para contribuir en la construcción del reino de Dios, de amor, justicia y paz.

1 comentario en La Iglesia Católica y la política

  1. ¿Debe la religión involucrarse en la política?

    En todo el mundo, muchas personas que afirman seguir a Jesucristo están muy metidas en la política. Algunos apoyan a ciertos candidatos y algunos partidos políticos para promover sus valores religiosos y morales. Por otra parte, los políticos se valen de las cuestiones morales y sociales para ganarse el apoyo de algunos grupos religiosos. Y a veces algunos líderes religiosos se presentan como candidatos a un puesto político. Incluso algunos países tienen como religión oficial a una religión considerada cristiana.

    Pero ¿qué piensa usted? ¿Deberían los seguidores de Jesucristo involucrarse en la política? ¿Qué hizo Jesús? Él dijo: “Yo les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo les hice” (Juan 13:15). Veamos qué ejemplo dio Jesús en asuntos relacionados con la política.

    ¿Participó Jesús en cuestiones políticas?
    No. Jesús nunca se metió en las cuestiones políticas de este mundo.

    Jesús no buscó poder político. Cuando el Diablo le ofreció controlar “todos los reinos del mundo”, Jesús rechazó ese poder sobre los gobiernos humanos (Mateo 4:8-10). a En otra ocasión, la gente se dio cuenta de que Jesús podría ser un gran líder y trató de presionarlo para que se metiera en la política. Pero “Jesús, que sabía que estaban a punto de venir para llevárselo a la fuerza y hacerlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo” (Juan 6:15). Jesús no hizo lo que la gente quería; siempre se negó a involucrarse en la política.

    Jesús no tomó partido en cuestiones políticas. Por ejemplo, a los judíos de los días de Jesús les molestaba tener que pagarles impuestos a las autoridades romanas. Y, además, esos impuestos les parecían injustos. Pero, cuando intentaron que Jesús tomara partido, él no quiso meterse en ese debate. Simplemente les dijo: “Páguenle a César lo que es de César, pero a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12:13-17). Él se mantuvo neutral, pero también dejó claro que había que pagar los impuestos que exigían las autoridades romanas civiles, que representaban a César. Claro, la obediencia a las autoridades civiles tenía un límite. Nadie podía darle al Estado cosas como su devoción y su adoración, porque le pertenecen a Dios (Mateo 4:10; 22:37, 38).

    Jesús promovió el Reino de Dios, un gobierno celestial (Lucas 4:43). Él no se involucró en la política porque sabía que los gobiernos humanos no serían capaces de lograr lo que Dios quería para la Tierra; eso solo lo conseguiría el Reino de Dios (Mateo 6:10). Él también sabía que Dios no iba a usar a los gobiernos humanos, sino que los reemplazaría por su propio Reino (Daniel 2:44).

    ¿Participaron los cristianos del primer siglo en cuestiones políticas?
    No. Los discípulos de Jesús obedecieron su mandato de no ser parte del mundo (Juan 15:19). Siguieron su ejemplo y se mantuvieron alejados de la política (Juan 17:16; 18:36). En vez de meterse en estos asuntos, se concentraron en hacer la obra que él les había mandado: predicar y enseñar las buenas noticias acerca del Reino de Dios (Mateo 28:18-20; Hechos 10:42).

    Para los primeros cristianos, la obediencia a Dios era lo más importante en su vida. Pero también sabían que tenían que respetar a las autoridades civiles (Hechos 5:29; 1 Pedro 2:13, 17). Por eso obedecían las leyes y pagaban los impuestos (Romanos 13:1, 7). Es verdad que no se metían en la política, pero sí se beneficiaban de la protección legal y los servicios que daban los gobiernos (Hechos 25:10, 11; Filipenses 1:7).

    Qué dicen los historiadores sobre los primeros cristianos y la política

    “Los cristianos rehusaban desempeñar ciertos deberes de los ciudadanos romanos […]. Se negaban a ocupar puestos políticos”. On the Road to Civilization—A World History (Camino a la civilización. Historia mundial), de Albert K. Heckel y James G. Sigman, página 238.

    “No existe la más mínima evidencia que nos permita pensar que Jesús tuviese ambiciones militares o políticas, y […] lo mismo aplica a sus discípulos”. Jesus and Judaism (Jesús y el judaísmo), de E. P. Sanders, página 231.

    “Para un cristiano, su religión era algo aparte de la sociedad política y superior a ella; debía fidelidad primero a Cristo que al César” (César y Cristo, de Will Durant, traducido por Luis Tobío, página 404).

    “[El apóstol] Pablo se valió de sus derechos como ciudadano romano durante su proceso judicial, pero nunca se dedicó a influir en las cuestiones políticas de su tiempo […]. Aunque creían que era su deber honrar a las autoridades, los primeros cristianos no creían que debían intervenir en política”. Beyond Good Intentions—A Biblical View of Politics (Más que buenas intenciones. La visión bíblica de la política), de Doug Bandow, páginas 122 y 123.

    “Reinaba una convicción generalmente sostenida por los cristianos, de que ninguno de ellos debería ocupar puestos de poder en el estado […]. A principios del tercer siglo, Hipólito dijo que la costumbre establecida entre los cristianos, exigía que un magistrado cívico renunciara a su puesto como una condición para poder ingresar como miembro de una iglesia” (Historia del cristianismo, tomo 1, de Kenneth Scott Latourette, traducido por Jaime y Lemuel Quarles, página 309).

    Los cristianos de hoy y la neutralidad

    La Biblia deja claro que ni Jesús ni sus primeros discípulos se metieron en la política. Por eso los verdaderos cristianos de todo el mundo, como seguidores de Cristo, se mantienen completamente neutrales. Al igual que los cristianos del primer siglo, se concentran en hacer la obra que Jesús mandó: predicar “las buenas noticias del Reino” (Mateo 24:14).

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