Querida Nicaragua: El civilismo ha sido un sueño largamente acariciado por los pueblos, pero parece ser un sueño imposible. Las castas militares que han sido la desgracia de nuestros países desde los tiempos de la conquista y la colonia, han quedado como una herencia perniciosa que poco contribuye al bienestar de los pueblos y antes por el contrario son una permanente y oculta amenaza en contra de la democracia y de la paz.
Nicaragua en particular ha sido víctima permanente de esas castas militares que se han entronizado fuertemente en su historia y que han dejado como secuela golpes de estado, guerras civiles, agresiones criminales contra los pueblos, imposición de dictaduras hasta culminar con la dictadura dinástica que impusieron los Somoza y que comenzó prácticamente en 1935 y terminó en 1979, cuando otras fuerzas militares, las sandinistas tomaron el poder para imponer otra dictadura a la que hubo que vencer con otra guerra.
Militares de ambos bandos, somocistas y sandinistas, dejaron un reguero de más de cien mil muertos en todo el territorio nacional, más la dispersión de las familias, la fuga de cerebros y de capitales, la fuga de técnicos que nunca volvieron y la herencia de un exilio inmenso como el que hoy existe.
Y después de tanto sufrimiento no fuimos capaces de reflexionar y de darnos cuenta de que necesitábamos terminar de una vez por todas con la maldición de los armamentos. Los triunfadores, armas en mano, no fueron capaces de renunciar a las armas para comenzar un nuevo sistema de gobierno civilista que pudiera usar en educación y salud, todo el presupuesto que se usa en armamentos y en la manutención de tantos y tantos hombres que bien pudieran servir a la patria en otros campos del saber humano.
Sólo un hombre en toda la América latina fue capaz de renunciar a la gloria de un triunfo revolucionario, fue capaz de desterrar la prepotencia que da el poder, más cuando ha sido ganado limpiamente con las armas en la mano. Ese hombre fue don José Figueres Ferrer, un costarricense de origen español, un auténtico prócer que se levanta en armas cuando en su país se produce un fraude electoral, arma una revolución, la gana y no toma el poder para sí, sino que lleva a la presidencia al hombre a quien le habían robado las elecciones, a don Otilio Ulate Blanco. Y no sólo eso, sino que proclama la abolición del ejército, el que queda convertido en una guardia civil para guardar el orden y decide utilizar el dinero que se gasta en hombres y en armas para fortalecer el sistema educativo y de salud en Costa Rica. El de Figueres Ferrer es el único caso que yo conozco en toda la América latina. Si hay otro más que por favor me lo haga saber algún historiador para poder relatar aquí su historia.
Y luego nos preguntamos el porqué los ticos exportan más de veintiún mil millones de dólares y nosotros apenas cinco mil de acuerdo con la página web del Banco Central. Sencillamente Costa Rica no gasta en armas, es un país repleto de maestros y escuelas, y por eso es un país con un seguro social envidiable y con un pueblo al borde de llegar a colocarse entre los países desarrollados del mundo.
Y nosotros? En lugar de buscar cómo deshacernos de tanto fusil, de tanto misil, de tanta chatarra que ha sido la desgracia de nuestra historia, estamos comprando 50 tanques rusos con valor de 80 millones de dólares que no tenemos.
El Ejército tiene elementos valiosos y profesionales. Hay que utilizarlos en labores que le dejen progreso a la nación, en fabricar viviendas para pobres, en mejoramiento del sistema hospitalario, en reparar caminos vecinales, en cubrir el déficit de maestros que tenemos en nuestras escuelas. Hay que construir la paz no la guerra.
La lucha sigue y la patria vive, buenos días y buenas noches Nicaragua!
Fabio Gadea Mantilla
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