Cartas de Amor a Nicaragua: Y no se paran los asesinatos

Fabio Gadea Mantilla

Querida Nicaragua: En la carta de la semana pasada dije que hoy en día es bastante raro no levantarse cada mañana sin la noticia de un asesinato, o de varios de ellos.

Apenas la noche anterior, otra persona había sido asesinada en Matagalpa, la dama estadounidense Ariana Enid Martínez García, quien fue víctima fatal de un pistolero orteguista que la mató de un balazo a la cabeza.

Un día después, o sea el miércoles 3 de octubre, tres personas perdieron la vida en la Laguna de Kukalaya, en el municipio de Prinzapolka de la Región Autónoma del Caribe Norte, en un intento de individuos armados de desalojar a los comunitarios de sus tierras ancestrales. Dije entonces muy bien que es en el norte o el sur o el oeste o el este en las sufridas regiones del Caribe donde la vida parece no valer nada. Las Comisiones de Derechos Humanos que han quedado funcionando reciben a diario cualquier cantidad de denuncias de todo tipo: persecuciones, robos a mano armada, hostigamiento a excarcelados, y muchos abusos más, inclusive irrespeto a las iglesias católicas y a las tradicionales procesiones a los santos patrones. Desde los asesinatos masivos de Las Jagüitas, pasando por el asesinato en la cárcel del señor Montes Praslin, hasta el increíble caso del joven.

Qué contraste con los tiempos del pasado, cuando un asesinato era un verdadero escándalo y la Policía se empeñaba verdaderamente en investigar y atrapar a los culpables, para que fuesen juzgados como mandan las leyes. Por muy dictadores que hayan sido algunos gobiernos del pasado, el pueblo se sentía seguro en las calles y caminos. En los tiempos de antaño cuando en los caminos rurales se usaba la bestia caballar o la humilde carreta con sus bueyes de recia musculatura jamás se supo de ningún crimen, antes por el contrario había albergues generosos para todos los caminantes. Cuando en los años cincuenta o sesenta entraron al campo las rokonolas y el guaro se vieron riñas dolorosas que muchas veces terminaban en tragedias, pero ese era el pueblo libre, no la autoridad que, por el contrario, perseguía este tipo de riñas.

Hoy es distinto. El pueblo está lleno de temor y es la Policía orteguista la que siembra la anarquía y la muerte. ¿No se dará cuenta la pareja gobernante que cada asesinato de estos es un baldón de desprestigio que cae sobre su gobierno? El objetivo de tanta violencia parece ser una siembra de terror en todas las ciudades y pueblos de la nación. El afán de aumentar el desempleo sugiere que nuestra gente se vaya al exilio y luego reponerla con comunistas de China, Corea del Norte, Cuba y la hez del comunismo mundial, para poder terminar con la molestia de la democracia.

El autor es empresario radial. Fue candidato a la presidencia de Nicaragua.

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