“Cuando veas las barbas de tu vecino arder, poné las tuyas a remojar”, dice un viejo refrán. Con el tiempo la frase se ha reducido a la expresión “poner la barba en remojo”.
El dicho popular nos aconseja que debemos alertarnos ante los males ajenos. Menciono el refrán a propósito de la mesa de negociación que, desde su anuncio, viene de tumbo en tumbo.
Hablaremos de los diálogos en Venezuela. Una realidad cercana y palpitante. Después del relato, cada quien podrá extraer sus propias conclusiones.
Como sabemos, a lo largo de la crisis del régimen venezolano, en distintas oportunidades se ha recurrido al mecanismo del diálogo, presuntamente con el ánimo de encontrar una salida negociada. La premisa ha sido que la única alternativa es la negociación, porque se asume que la única otra opción es la violencia.
Este argumentario se ha convertido en una de las mejores armas de los regímenes dictatoriales. Posee todas las trazas de irrebatible, aunque, en el fondo, puede sospecharse que se trata de un argumento falaz. por cuanto se considera ilegítimo e irracional el recurso a la violencia por parte de la oposición, mientras el régimen se reserva para sí la bandera de la paz, el recurso al diálogo como coartada, y a la vez el uso sistemático de la violencia criminal para mantenerse en el poder. Así, se refrenda la violencia para preservar un estatus quo mafioso, a quienes carecen de toda legitimidad para ejercer el poder.
Por supuesto, no estamos pretendiendo legitimar el recurso a la violencia, menos en Nicaragua donde la historia tiene mucho que enseñarnos. En distintas ocasiones he escrito que la mejor opción es una salida pacífica. Sencillamente indicamos el contrasentido del argumento.
Pero volvamos al punto. En diciembre del 2015 el régimen de Maduro sufrió una aparatosa derrota en las elecciones parlamentarias. Como resultado, la oposición aglutinada en la Mesa de Unidad Democrática pasó a controlar la mayoría del poder legislativo. La reacción del régimen fue cercenar las facultades de la Asamblea Nacional utilizando fallos amañados del Tribunal Supremo de Justicia.
Una de las tantas crisis detonó cuando el Consejo Nacional de Elecciones eliminó mediante marrullerías la realización del referéndum revocatorio establecido constitucionalmente. Se convocó a un diálogo para “resolver” la crisis. Dicho diálogo se desarrolló bajo la mediación del Vaticano. El enviado del Papa fue Monseñor Claudio María Celli. Participaron como acompañantes los expresidentes Leonel Fernández, de República Dominicana; Rodríguez Zapatero, de España; Martín Torrijos, de Panamá y, y el Secretario General de UNASUR. Estos últimos, con distintos grados de afinidad al régimen de Maduro.
El 12 de noviembre del 2016, el representante del papa anunció los acuerdos. El preámbulo dice: “El gobierno nacional y la Mesa de Unidad Democrática acordaron poner en marcha una hoja de ruta…” Qué casualidad…también allá acordaron una hoja de ruta.
El primer acuerdo dice: “Decidieron priorizar en el corto plazo la adopción de medidas orientadas al abastecimiento de medicamentos y alimentos…”
Ya sabemos qué ha pasado desde entonces y qué sigue pasando ahora. Los medios de comunicación a nivel mundial muestran las imágenes de incendios y obstáculos para impedir el ingreso de la ayuda humanitaria.
El siguiente dice: “Se asumió el acuerdo de trabajar conjuntamente, en el marco de lo establecido en la Constitución, para el nombramiento de los dos rectores del Consejo Nacional Electoral, que culminan su mandato en diciembre del 2016”.
Evidentemente, el propósito de la oposición democrática era tener dos miembros independientes en un tribunal electoral donde el régimen conservaría el control con tres incondicionales.
Un tercer acuerdo fue resolver la crisis planteada por el bloqueo institucional impuesto por la Corte Suprema de Justicia en contra de la Asamblea Legislativa.
Ya sabemos qué pasó después. Para aniquilar a la Asamblea Nacional, Maduro convocó a una Asamblea Constituyente. Y después a elecciones presidenciales, calificadas como fraudulentas. Elecciones que están en la raíz de la crisis actual.
Los otros acuerdos se referían al cese de las sanciones impuestas al régimen pues Maduro, igual que Ortega hoy, quiso comprometer a la oposición en el rechazo a las sanciones. También se aprobó una declaración sobre la soberanía territorial de Venezuela y una “Declaración conjunta para vivir en paz”, preñada de retórica.
En cuanto se anunciaron los acuerdos llovieron las críticas desde la población y diversas organizaciones opositoras, principalmente porque no se tocaron tres temas cruciales: el referéndum revocatorio, la fecha de elecciones presidenciales, ni los prisioneros políticos.
Los negociadores defendieron los resultados y argumentaron que el gobierno se había comprometido a liberar a los prisioneros “en las próximas horas”. Y agregaron como logros que habían obtenido “el respeto a la autonomía, constitucionalidad y atribuciones de la Asamblea”; la posibilidad de tener un tribunal electoral “neutral”; así como “la apertura de un canal humanitario para medicinas y alimentos llegados desde el exterior y aportados por la solidaridad internacional y la emigración venezolana”.
Maduro no cumplió ninguno de los compromisos.
El Cardenal Baltazar Porras, Administrador Apostólico de Caracas, expresó que el Vaticano lo que obtuvo del Gobierno de Maduro fue “una burla. Hay que llamar realmente así a las veces que se ha convocado al Vaticano”.
La secuela de ese diálogo fue la división de la oposición, la aniquilación de la credibilidad de la MUD hasta llevar a su desintegración. El pueblo venezolano siguió pagando una alta cuota de sangre, prisión, penurias y exilio. Y allí está Maduro, más de dos años después, llamando a un nuevo diálogo.
Comenzamos mencionando el refrán que llama a aprender de los errores ajenos. Pero hay otro que dice “nadie escarmienta en cabeza ajena”.
Con cuál se queda usted: ¿Pone su barba en remojo, o espera mansamente a escarmentar en su propia cabeza?
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