El domingo por la mañana, en su habitual rezo del Angelus, el Papa Francisco puso fin a su silencio. “Aquí en Panamá he pensado mucho en el pueblo venezolano al que me siento particularmente unido estos días. Ante la grave situación que atraviesa, pido al Señor que se busque una solución justa y pacífica para superar la crisis, respetando los derechos humanos y deseando el bien de todos los habitantes del país”.
El silencio se fue haciendo pesado durante el viaje. Lo explicaba Hasler Iglesias, ingeniero químico venezolano de 27 años enarbolando una bandera de su país por la descomunal explanada donde se celebró el sábado la multitudinaria vigilia de oración. “El pueblo de Venezuela espera una postura a favor de los que sufren, buscamos un gesto más claro del Papa”.
La carga ideológica en todos los discursos del Papa ha subrayado asuntos como la pobreza, los feminicidios y, sobre todo, la inmigración. En una tierra que ejerce de intersección del mundo y de muchos de los procesos migratorios actuales, Francisco tocó el tema en casi todos sus discursos. Especialmente el día del Via Crucis, donde aseguró que la Iglesia debe crear “una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar, que no estigmatice y no caiga en la absurda actitud de identificar a todo emigrante como portador de mal social”.
El País
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