Hoy 18 de enero se cumple un aniversario más del natalicio de nuestra máxima gloria nacional y uno de los pilares de nuestra identidad. Honrar su memoria, con ocasión de estas efemérides, debería convocarnos a todos los nicaragüenses alrededor de uno de nuestros valores patrios fundamentales.
Conocer a Darío es el primer desafío de todo nicaragüense que se precie de valorar sus raíces nacionales. Conocemos el nombre y lo repetimos. Y hasta declaramos orgullo o declamamos sus poesías. Pero desconocemos al hombre. Desconocemos al hombre y a su obra.
Sobre Darío se han escrito miles y miles de páginas, incluyendo los más connotados intelectuales de Hispanoamérica: Neruda, Octavio Paz, Gabriela Mistral, García Márquez, Vargas Llosa y un largo etcétera. La inmensa mayoría de los escritos se refieren a Darío, el poeta. Y aquí comienza el equívoco y la injusticia porque, por muchos méritos que tenga su poesía, el esplendor oscurece otras dimensiones geniales de Rubén, algunas tan elevadas como su poesía.
La dimensión creadora del nicaragüense universal abarcó poemas, cuentos, relatos, crítica de arte, ensayos, semblanzas, manifiestos, reseñas, traducciones, páginas autobiográficas; pero también una enorme cantidad de crónicas.
Comencemos por recordar que su obra primera fue Azul, publicada en Chile. Este libro le permitió desplegar sus alas hacia la gloria. Pero Azul es un libro que, si bien contiene poesías, fundamentalmente es un libro de relatos. Darío, además de poeta, es un narrador excepcional.
Por otra parte, no es de conocimiento general que Rubén se ganó el sustento durante buena parte de su existencia ejerciendo el periodismo, al servicio del diario La Nación, de Argentina. Una colección de crónicas ha sido recientemente publicada en Nicaragua que lo exhibe como un maestro. Un maestro de la crónica, un género que, hoy por hoy, en pleno siglo XXI es el género de moda. “…es que en todos los géneros que cultivó Rubén, fue un gran maestro, un singular y excepcional maestro. Y así como en la poesía hay un antes y un después de Darío, lo mismo puede afirmarse de la prosa y la crónica periodística en idioma español” nos ilustra el Doctor Carlos Tünnermann en su ensayo Rubén Darío: maestro de la crónica.
Un cronista de su tiempo y un cronista visionario: La caravana pasa, España contemporánea, Los Raros, Parisíada, Peregrinaciones, El Viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical son ejemplos indelebles.
Y qué decir sobre su papel de editor, tal vez su faceta menos conocida. Pues sí. Darío dirigió la revista ¨Mundial¨. Nada menos que 40 números se publicaron de esta revista mensual. La publicación tenía su sede en París pero su circulación se extendía a toda hispanoamérica con un contenido, formato e ilustraciones que provocarían envidia a cualquier publicación del siglo XXI. A la par también era editor de la revista ¨Elegancias¨.
Pero también fue un pensador de alturas y profundidades, en sus relatos, en sus opiniones y aún en la poesía. Recientemente el profesor de la Universidad de Arizona, Alberto Acereda, publicó el libro “poemas filosóficos”. Ese libro recoge 61 poemas y un análisis detallado desde la perspectiva filosófica. El autor afirma “En la poesía de Darío hay un esfuerzo sistemático para develar el eterno enigma del sentido de la existencia humana en el mundo, y sus “poemas filosóficos” trascienden su momento histórico para acercarse a nuestra modernidad al ubicarse en la universal expresión del angustioso conflicto espiritual del hombre secular y contemporáneo”.
Darío fue un hombre de su tiempo, con posiciones políticas, algunas veces polémicas pero que, a pesar de vivir buena parte de su vida fuera de las fronteras patrias supo, de principio a fin, juntar al vuelo de su universalidad, la firmeza de sus raíces. Pero Darío no es poeta del pasado ni pensador del pasado. Su pensamiento se refresca y se actualiza con el transcurso del tiempo. Expresa valores, emociones y pensamientos válidos aún para este tiempo.
Para finalizar me permitiré compartir con ustedes una anécdota sobre cómo se convirtió Félix Rubén García Sarmiento en Rubén Darío. Es una anécdota que él mismo cuenta en su autobiografía:
¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? Se pregunta y él mismo se responde: según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por Don Darío. A sus hijos e hijas por los Daríos o las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío. Y ello convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío.
Nuestro homenaje a la memoria de Rubén, uno de los pilares de nuestra nacionalidad.
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