Aquel viejo no sabía leer

Adolfo Miranda Sáenz

Alguien escribió esta historia:

“Siempre el grupo de amigos nos sentábamos cada tarde en una mesita en la acera de aquel café frente a la librería. Todos los días aquel viejo pasaba y miraba la vidriera de la librería. Se quedaba un rato mirando y mirando… todos los días. No sé por qué pensábamos que quería algún libro y no le alcanzaba el dinero para comprarlo, qué veía algún libro para algún nieto y estaría esperando tener el dinero para llevarlo.

Desde el café del frente veíamos todo, se volvió durante mucho tiempo el tema de nuestros debates; los cafés son los lugares ideales para que izquierdistas, derechistas, centristas y cualquier istas, puedan discutir sobre cosas que en la realidad no pueden o no quieren cambiar.

Pero, el asunto es que nosotros creíamos que había una historia en ese pararse frente la vidriera y era necesario investigarlo…

El mesero, un día mientras hablábamos sobre el viejo y su razón de existir, nos contó:

“Vive a la vuelta de la esquina, era un jornalero en el campo, vivió toda la vida en el campo, ya viejo se enfermó y un amigo influyente le consiguió una jubilación y ahí está solo; en las tardes se sienta en una banca del parque, y así está pasando su vida, o sobreviviendo, pero ahí está…”

Bueno, ya estaba, eran muchos los datos; esa mañana cuando lo vi me cruce y me le pare al lado…

“Hola Señor. ¿Qué libro busca?”

“¿Libro? Jajaja -se rio- Volvió a mí su cara áspera, sus manos eran aún más ásperas, y la voz de tabaco.

“No, no busco nada, yo no sé leer, me gusta ver las figuras y los colores, eso nada más”

Saludó inclinando su cabeza y se marchó…

En la mesa del café empezamos a charlar sobre qué hacer, en realidad nos pusimos a discutir sobre la justicia social y la educación, y esto y lo otro, y que Marx, Fidel, Obama, Trump, Bolsonaro, Lula, Milei, Napoleón Bonaparte y Adán y Eva… pero la cuestión es que en concreto a nada llegamos.

El mozo un día me dijo que había una maestra que llevaba a los viejos al salón de la iglesia para enseñarles a leer… Alla fui… y ella fue a buscar al viejo…

Y pasó un tiempo y nosotros seguimos en el café haciendo la misma nada de siempre y el viejo pasando y parándose a mirar en la vidriera de la librería…

Y un día… El viejo entró a la librería y al rato lo vimos salir con un libro en la mano y una sonrisa de viejo en la cara, una sonrisa de esas que son fruto de algún logro…

Total, los amigos que discutíamos tanto de derechas e izquierdas y cómo cambiar al mundo… ¡No hicimos nada! Una humilde maestra que no discutía sobre nada, lo hizo todo.”