Adolfo Miranda Sáenz
Algunos dirán que ser cristiano es cumplir con los “mandamientos” y demás “preceptos establecidos” por la Iglesia. Eso es bueno hacerlo para los cristianos, pero no es lo fundamental. Ser cristiano no es “cumplir con un código de conducta”.
Se pueden creer todas las doctrinas y cumplir con todos los preceptos, pero eso no hace a nadie un verdadero cristiano. Cumplir rigurosamente con los preceptos caracterizaba a los fariseos y Jesús los llamó “hipócritas” y “sepulcros blanqueados” (cf. Mateo 23.27).
Un “código de conducta” podría ser el reglamento de un colegio, un centro de trabajo o un club, que diga lo que “está prohibido hacer”. Puedes ser un buen alumno o un buen empleado o un buen miembro del club si cumples con los reglamentos. Pero ser un buen cristiano no es cumplir con los reglamentos.
Ser cristiano es tener al cristianismo como nuestra religión, evidentemente. Y religión, del latín “religare”, significa reunir; o sea que “nuestra religión” es lo que “nos une” a Dios. Ahora bien, la Biblia dice: “Todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4.7-8).
Por lo tanto, nuestra religión es fundamentalmente el amor. Es el camino que nos une a Dios, que es amor, a través de Jesucristo —Dios hecho hombre por amor— quien nos enseña: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” e igualmente “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Mateo 22.36-39). El amor a Dios que se manifiesta también en el amor al prójimo. ¡Eso es ser cristiano!
Jesús nos enseña un camino de amor. Un camino que es la persona misma de Cristo, quien dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocieran a mí, también al Padre conocerían…” (cf. Juan 14.6-7).
Ser cristiano no se trata de cumplir unos reglamentos que nos mandan hacer esto o aquello o que nos prohíben tales y cuales cosas. El cristianismo no es “un código de conducta”. Es un “camino de amor”. Y ese camino es la persona misma de Jesús.
Ciertamente tenemos dogmas, mandamientos, preceptos, tradiciones, liturgia, organización, autoridades, ministerios, prácticas y devociones… pero nada de eso es lo esencial para ser cristiano. Son cosas buenas e importantes que nos ayudan en nuestro caminar con Dios. Pero no confundamos las ayudas para el camino… ¡con el camino mismo!
Lo fundamental es el amor a Dios y al prójimo. Todo lo demás es vacío sin el amor. Quien ama a Jesús hará lo bueno y necesario porque querrá conocerlo cada vez más, seguir su doctrina, estudiar su Palabra y encontrarse con Él en el prójimo, en la Iglesia y en los sacramentos. No por “cumplimiento” (que significa “cumplo y miento”) sino por amor.
El cristiano actúa por amor, no por una obediencia ciega; tampoco por interés de que “le vaya bien” en esta vida o por una “recompensa” en la otra; ni por miedo al castigo de una muerte eterna. El cristianismo no es una repartidera de premios y castigos.
La Iglesia no es la “guardiana estricta” de unos preceptos, dispuesta a señalar, condenar y excluir a quien los viole. Todo lo contrario, es más bien una madre amorosa dispuesta a abrazarnos a todos, por “sucios” que estemos.
El Papa Francisco ha dicho que la Iglesia no es “una aduana” para impedir el acceso ni para excluir a nadie, y menos para impedir acercarse a Jesús a ninguna persona, pues en la Iglesia cabemos todos… ¡Cabemos todos! Que “los recursos” que Cristo nos ha dejado no se le deben negar a nadie —aunque sean pecadores— porque “la medicina no es para los sanos, sino para los enfermos”.
Jesús dice: “Vengan a mí todos los cargados y fatigados, que yo los aliviaré” (Mateo 11.28).
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