Adolfo Miranda Sáenz
“Vía Crucis” es un término en latín que en español significa “Camino de la Cruz”. Se refiere al camino que recorrió Jesucristo cargando la Cruz desde el Palacio de Pilato hasta el monte Calvario, y desde que fue clavado en la Cruz hasta fallecer y ser colocado en el sepulcro. Con esta devoción los católicos recordamos con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado durante su pasión y muerte. Consta de catorce escenas que reciben el nombre de estaciones, por constituir momentos de parada en el camino.
El origen del Vía Crucis se remonta a Jerusalem por ser el lugar de la Pasión de Cristo. Desde los primeros siglos de la era cristiana ciertos puntos del trayecto recorrido por Jesús cargando la Cruz, llamado la Vía Dolorosa, fueron reverentemente marcados como lugares importantes.
Desde el siglo IV se testimonia el ejercicio piadoso de los cristianos de Jerusalem, recorriendo durante la Semana Santa el camino del Calvario. Hasta el siglo X no se indicaba una división en estaciones. Desde el siglo XII los peregrinos escriben sobre la “Vía Sacra”, que significa Camino Sagrado, como una ruta por la que pasaban recordando la Pasión, pero hasta el siglo XIII se determinó el recorrido exacto por el que Jesús caminó por las calles de Jerusalem llevando la Cruz.
En los siglos XII y XIII comienza a hablarse de escenas o estaciones. Varios autores proponen algunas de ellas. Las primeras que destacan son las de la condena a muerte de Jesús, el consuelo de las mujeres piadosas de Jerusalem, el encuentro con su Madre la Virgen María, y la del Cirineo que le ayuda a cargar la pesada Cruz.
En el año 1.422 se agrega el episodio de la Verónica, una mujer piadosa que limpia el rostro de Jesucristo quedando su rostro grabado en la tela usada para limpiarlo. Este episodio no aparece en los Evangelios, pero es una tradición que el pueblo católico ha mantenido durante siglos, y es muy significativa por lo que millones de cristianos hubiéramos querido hacer.
A mediados del siglo XV se les llama definitivamente estaciones y se fijan en catorce. En Jerusalem se hacen altares con una imagen representativa en cada sitio. Los Franciscanos popularizaron el Vía Crucis porque a ellos se les comisionó desde el año 1.342 la custodia de los lugares sagrados de Tierra Santa. Fueron los primeros que establecieron en sus iglesias las catorce estaciones para que los fieles las recorrieran igual que los devotos peregrinos que van personalmente a venerar los Santos Lugares de Jerusalem.
Las catorce estaciones son: Jesús es condenado a muerte. Jesús carga con la Cruz. Jesús cae por primera vez. Jesús encuentra a María, su Santísima Madre. Simón Cirineo ayuda a llevar la Cruz de Jesús. La Verónica limpia el rostro de Jesús. Jesús cae por segunda vez. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalem. Jesús cae por tercera vez. Jesús es despojado de sus vestiduras. Jesús es clavado en la Cruz. Jesús muere en la Cruz. Jesús es puesto en brazos de su Madre. Jesús es sepultado.
Hoy agregamos la estación décimo quinta: La Resurrección gloriosa de Jesucristo. Porque con su muerte no termina esta historia. Sería un fracaso. Pero con su resurrección vence al pecado y la muerte eterna, abriéndonos las puertas de la vida eterna en el Reino de Dios.
El rezo del Via Crucis como el Rosario, no son sacramentos ni prácticas obligatorias para los católicos, como lo son el bautismo, la confesión cuando se comete pecado mortal o la Santa Misa o Eucaristía, que es centro y cúlmen de nuestra vida cristiana. Pero son devociones que nos acercan a Dios y rezos que facilitan nuestras necesidades de oración. El Via Crucis no tiene una sola forma para rezarlo, hay diferentes textos para meditarlo y diferentes oraciones según las costumbres de cada lugar o las preferencias de cada cual. Rezando el Via Crucis, sea en una procesión o sea de manera privada, recorremos el camino de Jesús acompañándolo en su pasión, muerte y resurrección victoriosa.
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