Por: Enrique Sáenz
La unidad de las fuerzas opositoras es una de las demandas que los nicaragüenses plantean como mayor frecuencia y urgencia. Como nuestra memoria es corta, siempre es conveniente estar refrescando, cada vez y cuando, episodios de nuestra historia que nos dejan enseñanzas útiles. Hace algunos años me referí a este mismo tema, las circunstancias del momento hacen oportuno rememorarlo de nuevo.
Resulta que por una feliz casualidad tuve a acceso al original de un documento histórico. Me refiero al texto del programa de gobierno que la Unidad Nacional Opositora, la UNO, presentó de manera unitaria en las elecciones de 1990.
Ante todo, aclaro que no soy fariseo, así que no voy a venir ahora a fachentear con sombrero ajeno. Debo reconocer que, si bien no ejercía ningún cargo político, ni militar, para ese entonces yo estaba en la otra acera. Sin embargo, eso no es impedimento para intentar un análisis equilibrado de las realidades históricas, y, sobre todo, visualizar aquellos hechos a la luz de nuestro presente y de nuestro porvenir.
Para quienes por razones de edad no pueden saberlo, y para quienes sí lo vivieron, pero ya lo olvidaron, haremos un breve repaso de ese documento.
El programa que enarboló la UNO en su campaña electoral, además de consignar un conjunto de principios y lineamientos estratégicos, estaba dividido en tres grandes áreas: Política, Económica y Social.
Como solamente haremos un repaso sumario, anotaremos algunos de los compromisos más relevantes contenidos en este programa de hace 30 años:
Primero, establecer un régimen civil, republicano, democrático y representativo, integrado por cuatro poderes: legislativo, ejecutivo, judicial y electoral, autónomos e independientes. Estos poderes funcionarán armónicamente en la realización de los fines del Estado.
Segundo, supresión del carácter absoluto del poder del presidente de la República, mediante la limitación de sus facultades excesivas.
Tercero, prohibición de la reelección presidencial y de la elección de militares y parientes del presidente dentro del cuarto grado de consanguinidad o afinidad.
Cuarto, eliminación de la confusión de los intereses del Estado y la Nación con los intereses del partido de gobierno.
Quinto, las fuerzas armadas deben tener carácter profesional y no pertenecer a ningún partido político y sus miembros no podrán desempeñar cargos civiles ni cargos directivos de partidos políticos.
Sexto, se garantizará la autonomía municipal, plena y efectiva, estableciendo que esta autonomía sea política, económica y administrativa, dentro de los planes nacionales de desarrollo económico y social.
Séptimo, se garantizará la autonomía universitaria, docente, académica, orgánica y administrativa.
Octavo, erradicar sin contemplaciones los desfalcos, fraudes, abusos, desórdenes, burocratismo y deficiencias en los órganos del Estado.
Por supuesto, hay muchos puntos más en el programa, pero con la muestra citada es suficiente para constatar que, a 30 años de distancia, retrocedimos al punto de partida. Y más atrás. El programa se enfoca en establecer la democracia y el Estado de Derecho, suprimir la concentración de poder, desterrar la reelección presidencial, incluyendo la elección de parientes del presidente dentro del cuarto grado de consanguinidad y de afinidad; establecer unas fuerzas armadas profesionales y no partidistas; combatir la corrupción; y garantizar la autonomía municipal y la autonomía universitaria.
¿Qué conclusiones podemos extraer?
Bueno. Con ese programa la UNO, con doña Violeta a la cabeza y con ese programa la UNO logró derrotar a Ortega y al Frente Sandinista, en condiciones sumamente adversas.
De esta experiencia extraemos siguiente lección: es imperativo que las organizaciones opositoras se pongan de acuerdo, cuanto antes, en un programa de cambio. Un programa creíble, viable, unificador, que entusiasme y que armonice los intereses de los distintos sectores comprometidos con el cambio político, económico y social.
La segunda conclusión es que, al revisar el período, se constata que buena parte de los compromisos se cumplieron durante el gobierno de doña Violeta en medida notable. Aunque la corrupción muy tempranamente comenzó a sacar garras y colmillos.
Lamentablemente la UNO no pudo mantener su unidad. Los intereses de grupo, las ambiciones personales, la ceguera y torpeza política de los liderazgos, el oportunismo y los celos la hicieron volar en pedazos, posibilitando que el Frente Sandinista pudiera perturbar, obstaculizar, sembrar violencia y aún, en la práctica, ejercer un cogobierno. Más tarde, con el ascenso de Arnoldo Alemán, la transición democrática llegó a su fin y, con el pacto de caudillos, se sembraron las semillas de la tragedia que vivimos hoy.
Triste historia. Aquí estamos otra vez con la misma cruz y ante la misma cuesta empinada y pedregosa. Nuevamente las mismas espinas. Nuevamente las mismas serpientes y alacranes infestando el camino.
De esta experiencia extraemos la siguiente lección: Si queremos salir de Ortega y, a la vez, evitar un retroceso que unos años más tarde nos haga caer de nuevo al pozo, no basta con una alianza electoral. Es imperativo el compromiso con un programa de cambio de largo plazo. Y es imperativo también aniquilar cualquier pretensión de caudillismo.
- Comentarista político de Radio Corporación
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