Por Enrique Sáenz
Seguramente muchos de ustedes conocen la fábula del alacrán y la rana. Vamos a contarla para quienes no la conocen.
Resulta que un alacrán y una rana estaban a la orilla de un río. El alacrán le pide a la rana que le ayude a cruzarlo, que no le costará nada pasar nadando a la otra orilla, que puede montárselo en el lomo pues él no pesa. La rana, desconfiada, se resiste y le dice que a quien le garantiza que medio río le clave su aguijón y la envenene con su ponzoña. El alacrán responde que no lo puede hacer, porque si lo hace, él también moriría ahogado. La rana razona, se convence y accede, se lo sube en el lomo y comienza a cruzar el río, pero a la mitad del trayecto siente el aguijonazo mortal en la espalda y exclama ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡Ahora vamos a morir los dos! Y el alacrán responde: No pude evitarlo. Es mi naturaleza.
La moraleja de esta historia es la siguiente: no hay que engañarse o sorprenderse con alguien que lleva la ponzoña en el corazón. Más tarde o más temprano sacarán de nuevo su maldad sin importar las consecuencias de sus acciones, ni siquiera les importa que esas acciones le provoquen perjuicios.
Esa es la fábula. Ahora vamos a los hechos.
En la década de los ochenta, el gobierno encabezado por Daniel Ortega avasalló sacerdotes y profanó iglesias. Son emblemáticos los casos de un obispo que lo fueron a botar a la frontera con Honduras. O el de un sacerdote a quien le montaron una operación con una mujer y lo exhibieron desnudo corriendo por las calles.
Paradójicamente, ese sacerdote es ahora aliado del régimen, sabrá él sus razones. Entró en conflictos con la empresa privada. Echaron presos a la directiva del COSEP, asesinaron al presidente de UPANIC. Además de las confiscaciones generalizadas. Encarcelaron a dirigentes políticos y sindicales. Comprometieron al país en la confrontación entre las potencias. El saldo trágico fueron miles de muertos, huérfanos, mutilados, atraso, destrucción y heridas que, sin haber sanado, han vuelto abrirse.
Así y todo, Ortega llegó al poder por segunda vez, en unas elecciones cuyos resultados todavía son un misterio pues nunca se dio a conocer el 8% de los votos. Ortega ofreció enmendarse, pidió perdón, le encaramó a su gobierno el mote de gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional; logró establecer una alianza con el Cardenal Miguel Obando; concretó una alianza con las cúpulas empresariales. Y, además, concertó una agenda con el gobierno de Estados Unidos, y se convirtió en fiel gendarme de los intereses estratégicos de la potencia: migraciones, libre comercio, libre circulación de capitales, lucha contra el terrorismo, entre otros.
Pero, igual que el alacrán de la fábula, Ortega sacó a relucir su ponzoña. En condiciones de paz y con ventajas económicas y políticas que posibilitaban sanar heridas y enrumbar el país por la ruta de superar el atraso, el alacrán no pudo dominar su naturaleza. Y aquí estamos, a medio río, con el alacrán picando y repicando con su aguijón ponzoñoso. Ataca iglesias y agrede sacerdotes. Sin un gramo de compasión embiste a madres de familia que claman por justicia. Encarcela, mata y tortura en su afán de mantenerse en el poder a sangre y fuego, y aún instaurar una nueva dinastía. Mantiene ocupadas miles de manzanas, a la par que amenaza con confiscaciones. Volvió a su vieja retórica trasnochada e hipócrita, atacando al imperialismo, mientras por detrás implora a las autoridades estadounidenses un nuevo arreglo. En su desesperación, trajo el 19 de julio al predicador evangélico de la Casa Blanca. Ha sembrado odio y encono, abriendo nuevas heridas y provocando otras. Y empuja al país por el despeñadero de la crisis económica y social.
De la misma manera que no hay arreglo con un alacrán, cuya naturaleza está expresada en su ponzoña. Por mucha buena voluntad que uno quiera ponerle al asunto, el sentido común nos indica que, con Ortega en el poder, no hay manera de resolver los problemas políticos, económicos y sociales del país, ni en el presente, ni en el futuro.
- Comentarista político de Radio Corporación
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