Hace algunos días tuve oportunidad de presenciar un espectáculo realmente conmovedor. Conmovedor y aleccionador.
Resulta que fui invitado por una estimada amiga costarricense a asistir a la presentación de un grupo musical de niños y niñas de la ciudadela conocida como La Carpio. Si bien la tarjeta de invitación decía “Concierto al atardecer”, francamente no me imaginaba lo que iba a encontrar.
¿Qué es el La Carpio? Es el lugar donde se concentra el mayor número de nicaragüenses en, San José, Costa Rica. Inició como un asentamiento que gradualmente fue ampliándose hasta convertirse en un barrio o ciudadela en la que conviven habitantes de distintas nacionalidades, pero que se asocia predominantemente con nicaragüenses pobres.
Ya estando en el lugar de la actividad supe que el evento lo organizaba una fundación costarricense que ha concentrado su obra social en niñas, niños, adolescentes y jóvenes. Sifäis es el nombre de la Fundación. Después de las palabras iniciales, los niños tomaron sus asientos, con sus uniformes escolares de diario, para variar, azul y blanco, cogieron sus instrumentos y resultó que era una orquesta sinfónica. Violines, violonchelos, clarinetes y resto de instrumental. Confieso que casi se me sale el corazón por la boca cuando comenzaron a interpretar únicamente música clásica. Los rostros infantiles, varones y mujeres, morenos, rostros de sol, cuajados por la pobreza, con su mirada concentrada en la batuta del director y en sus pentagramas.
El director de la orquesta, un joven de 23 años, es una estrella ascendente en el arte costarricense, a tal punto que después de destacar en varios concursos nacionales e internacionales, fue invitado, nada más y nada menos, que a dirigir algunas presentaciones de la orquesta sinfónica de Berlín.
Después de las interpretaciones de la sinfónica siguió una camerata, la Camerata de Luz, y más tarde algo llaman ensamble de vientos. No me pidan que les explique más sobre música. Lo único que puedo decirles es que el grupo solamente tocaba instrumentos de viento. Siete grupos en total se presentaron en el concierto.
Hasta aquí, algunos de ustedes podrían estar pensando, ajá, y cuál es lo especial…
Lo primero es que estos niños, jóvenes y adolescentes, hijos de madres pobres, de padres pobres, trabajadores y trabajadoras de origen nicaragüense, son cultivados en la virtuosidad de la música clásica. Pero no solo eso, la condición para participar es que tengan buen rendimiento en sus clases, para lo cual también reciben asistencia.
Me acerqué a conversar con estos adolescentes y jóvenes…
¿Cuáles fueron las respuestas?
Invariablemente respondían: mi papa y mi mama son nicaragüenses, pero yo soy costarricense. Aquí nací, aquí he crecido y aquí voy a vivir. Sus padres, en todos los casos, según me fueron contando, se dedicaban a actividades laborales humildes.
Les pregunté qué sabían de Nicaragua. Conocían poco. La mayoría nunca habían visitado Nicaragua aunque sí tenían familiares. Les pregunté si conocían el nacatamal, si comían comida nicaragüense. Una respondió que en su casa comían nacatamal todos los domingos, otro que su mama hacía de vez en cuando. Y otro que por su casa pasaba una señora todos los sábados vendiendo en un carretón. Por supuesto, la pregunta no era para saber si comían nacatamal sino para para escarbar cuánto quedaba de sus raíces. En todos los casos esas raíces estaban vivas.
Luego les pregunté si pensaban dedicarse a la música. Absolutamente todos respondieron que no. Uno de ellos lo sintetizó de la siguiente manera: yo voy a vivir siempre con la música, porque me gusta, pero no voy a vivir de la música. Lo más notorio es que todos mostraban una decisión de estudiar una carrera universitaria, pero no las tradicionales (derecho, administración de empresas o medicina). En todos los casos estaban decididos a estudiar ingeniería, redes y carreras de alta tecnología.
Más allá de la obra social que realiza la Fundación, la experiencia me dejó varias reflexiones que quisiera compartir con ustedes:
Primero, que la buena voluntad y la visión de las personas comprometidas con una causa, puede cambiar el destino de otras cuando se centra, principalmente, en la educación.
Segundo, que la vida de las personas puede cambiar en el transcurso de una sola generación. La mayoría de estos adolescentes con seguridad podrán ser profesionales en un futuro próximo y tendrán la oportunidad de romper la cadena de la pobreza que ataron a sus padres.
Tercero, que los vínculos con Costa Rica no se limitan a unas remesas, o a los recurrentes conflictos limítrofes, o a los brotes de xenofobia. Los lazos son mucho más extensos, mucho más intensos y mucho más hondos. Y, aunque todavía no son visibles, son crecientes y son irreversibles.
Se trata de dos países condenados por la historia, la geografía, los lazos económicos y cada vez más por lazos de consanguinidad. ¿Cuál es el porcentaje de costarricenses que tienen vínculos de sangre con nicaragüenses? Esos lazos de consanguinidad, más temprano o más tarde emergerán y romperán los diques impuestos por las élites. A despecho de intereses mezquinos y cegueras de uno y otro lado, esos lazos apuntan como destino en un futuro previsible a una unión más profunda.
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