Probablemente, muchos de los nicaragüenses de las nuevas generaciones desconocen que hasta hace unas pocas décadas la mayoría de los países latinoamericanos se encontraban gobernados por dictaduras militares, sustentadas en una concepción geopolítica denominada “doctrina de seguridad nacional”.
Las más emblemáticas fueron las dictaduras del cono sur: Chile, con Pinochet a la cabeza; Argentina, con el general Videla; Uruguay y Brasil. En todos estos casos, las dictaduras fueron producto de golpes de estado. Las fuerzas armadas desataron una represión que dejó miles de muertos, torturados y desaparecidos, en lo que se conoció como “guerra sucia”.
Cada una de estas sociedades intentó cerrar las heridas que provocaron tales dictaduras: Comisiones de la verdad. Amnistías. Juicios. Indultos. Derogación de indultos y de amnistías. Vuelta a juicios. Y finalmente, encarcelamientos de los militares responsables de las matanzas. En fin, idas y venidas que evidenciaban -y evidencian- que, por debajo de las cicatrices, los tejidos llagados seguían sangrando.
Traigo a colación el tema por la estratagema del régimen -porque es una estratagema- de ventilar una presunta reconciliación que burdamente pretende envolver en un manto de impunidad a los criminales que han masacrado al pueblo a lo largo de estos siete meses.
La justicia, a veces camina lentamente, pero llega. Videla y Galtieri, en Argentina, fueron condenados por sus crímenes y murieron en la cárcel. El jefe de los servicios de inteligencia chileno, el “general de la muerte”, Manuel Contreras, fue enjuiciado y condenado a 520 años de presidio. Murió a los 83 años, cuando cumplía su condena. En Uruguay, el trabajo de los familiares de las víctimas posibilitó el enjuiciamiento de varios militares, eludiendo las restricciones impuestas por una ley de amnistía.
En Chile se siguen dictando sentencias en contra de militares por delitos que cometieron en la época de la dictadura de Pinochet.
Voy a valerme de un excelente comentario que publicó el diario norteamericano New York Times, escrito por el intelectual chileno Rafael Gumucio con el título “La paradójica sentencia del general del Nunca Más”. El escrito tiene plena aplicación para las realidades que vivimos en Nicaragua, en el presente, y que viviremos en el futuro. Por consiguiente, debe servirnos como materia de reflexión.
Recapitulemos un poco. Los dos informes elaborados en Chile sobre violaciones a los derechos humanos en los 17 años de la dictadura iniciada en 1973, dan cuenta de más de 3000 ejecuciones extrajudiciales, además de torturas, encarcelamientos y desapariciones forzadas. Si bien el régimen intentó asegurar impunidad a los perpetradores, el hecho es que aún en el presente, ahorita, en noviembre, siguen dictándose sentencias en contra de los militares chilenos.
Una de esas sentencias es la que da lugar al artículo que comentamos. El general Juan Emilio Cheyre era un joven teniente a la hora del golpe militar. Participó en la caravana de la muerte, que recorría la geografía chilena fusilando opositores, aunque no se pudo demostrar que cometiera ningún delito grave. Con el tiempo, Cheyre llegó a ser jefe del ejército chileno, en el período 2002-2006, y se le conoció como el general del “Nunca más”.
Como jefe militar admitió, a nombre del ejército chileno, la responsabilidad que las Fuerzas Armadas tuvieron en la violación sistemática de los derechos humanos y retiró la protección de que gozaban los militares que estuvieron involucrados en crímenes de lesa humanidad. Pero el viernes 9 de noviembre, más de 40 años después de los sucesos, ese mismo militar fue condenado por encubrir, precisamente, crímenes de lesa humanidad.
La justicia, cuando es real, tiene sus paradojas: el general que pidió perdón a las víctimas de la dictadura, que prometió que nunca más se cometerían estos crímenes, la semana pasada fue sentenciado por encubrimiento.
En la historia no hay amnistías que valgan para siempre.
Me permitiré compartir un párrafo del artículo, que perfectamente podría estar escrito para Nicaragua:
“El éxito de una dictadura…se basa en su capacidad de hacer cómplices pasivos y activos a todos los que no son sus víctimas.
Su triunfo final es lograr confundir esos planos: el que mata y el que ayuda al que mata, el que calla y el que olvida lo que sabe o el que no sabe porque no quiere.
A través de distintos procesos institucionales, las sociedades pueden intentar limpiar su conciencia. Pero los países también tienen un subconsciente: ahí es en donde los “nunca más” y los intentos por cerrar las heridas de manera definitiva fracasan una y otra vez. Esto le pasó a Cheyre. Esto le pasa a Chile.”
Y agregamos nosotros: Esto pasa y pasará en Nicaragua.
Porque la lección es que cuando se producen lesiones tan profundas en una sociedad, como la asestada por el régimen de Ortega al pueblo nicaragüense, a partir de abril, el paso de la justicia podrá ser lento, pero inevitablemente terminará por alcanzar a los responsables de la barbarie. Por muy seguros que hoy se sientan.
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