Adolfo Miranda Sáenz
El Evangelio nos relata que un día vamos a comparecer ante Jesús y la regla que nos aplicará para entrar a la vida eterna en el Reino de los Cielos será si dimos de comer al hambriento, de beber al sediento, si acogimos al emigrante, si suplimos las necesidades de los pobres, si atendimos al enfermo, si visitamos al preso. Tradicionalmente se les llama “obras de misericordia”, pero tal nombre no refleja todo lo que Jesús espera de nosotros.
Quizá hemos creído que Jesús solo nos pide dar limosnas de lo que nos sobra, o un plato de comida de vez en cuando a una persona hambrienta o visitar alguna vez a algún enfermo o encarcelado. Eso es bueno, pero no suficiente. Los textos del Evangelio debemos entenderlos en el contexto de todo el Evangelio de Jesús. Si leemos este texto del Evangelio aisladamente, se nos escapa su rico contenido que se comprende a la luz del mensaje completo, íntegro, del Evangelio de Jesús.
Él es muy claro sobre las necesidades humanas que debemos atender, como en la parábola del buen samaritano donde se muestra compasión y generosidad desbordante por un total desconocido que necesitaba de ese amor al prójimo que Jesús nos pide y que va mucho más allá de lo que el mundo es capaz de entender.
El tema de la pobreza lo destaca en la parábola del pobre indigente Lázaro y del rico que llamamos Epulón. Llama bienaventurados a los pobres “porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Insiste varias veces en la contradicción entre riqueza y pobreza, y nos interpela sobre lo que hacemos con la mucha o poca riqueza que tengamos.
En este contexto, cuando Jesús nos pide dar de comer al hambriento también nos manda preguntarnos, ¿por qué existen hambrientos? ¿Qué debo hacer para que hayan menos? Según la FAO alrededor de 800 millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos; más de 3 millones de niños mueren cada año por desnutrición; 66 millones de niños asisten a clases con hambre. Claro que no podemos solucionar individualmente el complejo problema del hambre o de la pobreza en el mundo, ni siquiera en nuestro país. Pero todos podemos hacer algo para que haya menos.
Lo primero que Jesús nos pide es no ser insensibles o indiferentes ante este tema, y preguntarnos: ¿Pagamos salarios justos? ¿Lo hacen las empresas o personas con quienes nos relacionamos? ¿Podemos incidir en algo sobre este tema en nuestro círculo social?
Dar un vaso de agua a un sediento es bueno. Pero, debemos preguntarnos, ¿por qué tanta gente no tiene acceso al agua potable? Más de 1.100 millones de personas en el mundo carecen de agua potable. Cada año 3 millones y medio de personas mueren debido a enfermedades relacionadas con la calidad del agua. Preguntémonos, ¿qué hacemos para no desperdiciar ni contaminar el agua?
¿Qué hacemos para que de nuestro país no tengan que emigrar tantas personas por necesidad? ¿Qué hacemos por la paz, el desarrollo, las fuentes de empleo? 80 millones de personas en Latinoamérica viven sin acceso a ropa decente. ¿Cuántos hay descalzos, harapientos y sin cubrir otras necesidades? ¿Qué podemos hacer para que eso cambie?
Es bueno visitar a los enfermos, pero, ¿por qué muchos no tienen atención médica ni reciben las medicinas que necesitan? Debemos visitar a los presos (aunque fueran criminales, todos son nuestros hermanos). Pero, ¿nos interesamos por las condiciones carcelarias?
Jesús un día nos va a juzgar por lo que hicimos ante todas estas situaciones. ¡Jesús no quiere que seamos indiferentes ante esto! ¡Démosle importancia! Empecemos por tomar conciencia y por cosas pequeñas como no tirar la basura, no desperdiciar el agua potable, no contaminar el ambiente, cobrar y pagar lo justo, y actuemos según enseña Jesús. De esto —no de otras cosas— depende nuestra salvación eterna.
El autor es comentarista de temas políticos, sociales y religiosos
www.adolfomirandasaenz.blogspot.com
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