Adolfo Miranda Sáenz
Los papas y obispos de la Iglesia Católica siempre han sido y serán objeto de demandas y críticas —como lo fueron Jesús y sus apóstoles— porque no siempre se expresan o actúan como algunos quisieran, sobre todo en temas políticos.
Iglesia Católica significa Asamblea Universal. Es una asamblea de personas que profesan la fe cristiana. No es una ideología ni un partido político. Es una religión. Para los católicos es la Iglesia instituida por Jesucristo, quien la encargó a la autoridad de los apóstoles (cuyos sucesores son los obispos) y constituyó como cabeza visible en este mundo a Pedro (cuyo sucesor es el Obispo de Roma, o sea el Papa). Su misión es proclamar el Evangelio de Jesucristo, santificar el mundo y unir al ser humano con Dios.
Es una institución divina, asistida por el Espíritu Santo, y es también humana, porque la integramos seres humanos. Como divina y humana, es santa y pecadora. Nadie es obligado a profesar nuestra fe ni a pertenecer a nuestra Iglesia, y quienes de niños fueron bautizados confirman su fe si esa es su voluntad. Nuestra Iglesia no tiene poder humano coercitivo.
El Papa es la autoridad suprema con jurisdicción sobre toda la Iglesia. Imparte sus enseñanzas como garantía de nuestra fe común, y en algunas ocasiones especiales como definiciones doctrinales infalibles. Tiene la plenitud del poder legislativo, administrativo y judicial. Los cardenales son elegidos por el Papa como sus principales asistentes y consejeros en la administración central de los asuntos de la Iglesia. En caso de fallecimiento o renuncia, éstos eligen al nuevo Papa.
El Papa también nombra a los demás obispos que bajo su autoridad comparten con él la común preocupación y esfuerzo por la buena marcha de la Iglesia Universal. Cada obispo en su territorio tiene jurisdicción legislativa, administrativa y judicial sobre los sacerdotes, religiosos y laicos católicos.
Los católicos estamos obligados a vivir en comunión con la Iglesia y obediencia a nuestros pastores, puestos por Dios como representantes de Cristo para conducirnos. Estamos obligados a seguir, por obediencia cristiana, lo que los pastores declaran como maestros de la fe y deciden como rectores de la Iglesia. Podemos expresar nuestras opiniones sobre temas relacionados al bien de la Iglesia, cuidando no dañar la integridad de la fe, la reverencia hacia los pastores, la utilidad común y la dignidad de las personas.
Todo miembro de la Iglesia, si tiene algo que decir, puede hacerlo acudiendo a su párroco o a su obispo, respetuosamente, como un hijo se dirige a su padre, evitando todo escándalo público. También hay procesos sinodales donde se consulta a quienes desean participar. Los católicos no debemos dañar a nuestra propia Iglesia con murmuraciones, críticas y demandas públicas a ella o a sus pastores.
Ni el Papa ni los obispos están obligados a responder demandas y críticas públicas, menos si provienen de personas que no sean miembros de la Iglesia y su interés no sea el bien de la misma, independientemente de que sus motivaciones sean buenas o malas; ni a decir o hacer algo en relación a cualquier tipo de tema, si en su íntima convicción no lo consideran conveniente, prudente o útil. Cada obispo está obligado a rendir cuentas solo al Papa, y el Papa a Dios. No se trata de una dictadura, pues ser católico no es obligatorio para nadie.
Tampoco es soberbia. Nadie es más humilde que Jesús, quien —aunque fue duro con los líderes religiosos, escribas, fariseos y Herodes— no quiso pronunciarse políticamente contra el gobierno de Roma, ni condenar al César que sojuzgaba a su patria terrenal, Israel, a pesar de que quisieron presionarlo para hacerlo. Jesús sabrá por qué lo decidió así. Los católicos confiamos en Jesucristo y respetamos —como hijos a sus padres— la autoridad de quienes Él escogió como nuestros pastores.
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