Querida Nicaragua. Había una vez un pobre hombre con un oficio humilde que vivía en permanente dificultades. Tenía mujer y 4 hijos que mantener. Era muy pobre, pero le gustaba darse sus gustitos, como ir al cine de su barrio cada semana, echarse sus traguitos de vez en cuando, trabajar no más de 6 horas, pues decía como en la canción, que el trabajo lo hizo Dios como castigo.
Tenía un televisor pequeño, su radio, una bicicleta para movilizarse, en fin, vivía endeudado, pero vivía. Su trabajo era remendar zapatos, tenía su máquina de zapatería, sus herramientas y se surtía del material de zapatería, el que compraba a cuenta gota cada vez que le llegaba un cliente. Vivía como decimos, coyol quebrado, coyol comido. Y frecuentemente tenía que recurrir al prestamista.
Naturalmente tenía una deuda caribe que nunca terminaba de pagar y para que la deuda no se hiciera más grande, pagaba mes a mes los intereses. Llego un momento en que todo lo que ganaba remendando zapatos, se le iba en el pago de los intereses de la deuda y para poder comer, echarse sus traguitos, ir al cine, comprar material de zapatería y algo para los niños, tenía que recurrir a nuevos préstamos con el mencionado usurero.
Tuvo que empeñarse en trabajar más, ya no podía darse el lujo de trabajar solo seis horas, ahora trabajaba ocho y hasta diez horas para recoger el dinero suficiente para los gastos mínimos del hogar, sus idas al cine, sus traguitos en las fiestas patronales, los cuadernos de los muchachos en la escuela, alguna ropita para su mujer etc. Total, aumentaba el trabajo, pero no disminuía la deuda, cuyos intereses había que pagar mes a mes.
Un día se puso malo el trabajo y para poder pagar los intereses de la deuda, tuvo que vender el televisor y el radio, lo cual lo hizo reflexionar sobre el futuro que le esperaba, si continuaba como hasta ahora.
Reflexionando y reflexionando, comprendió que estaba condenado a la pobreza permanente, a este paso dijo: no solo me haré más pobre, sino que perderé a mi mujer y a mis hijos, no voy a poder pagar estos intereses y mucho menos la deuda y terminaré en la cárcel o en la calle pidiendo limosna. El único culpable soy yo. El prestamista está feliz, porque mientras más preste, más intereses cobra.
Solo tengo una solución, trabajar más duro, no solo ocho horas, sino doce o quince o más, sacrificarme hasta donde sea posible, no volver aceptar ningún préstamo y comenzar a pagar tanto los intereses como el principal para no tener deudas y poder vivir del trabajo diario, pobre, humilde pero honradamente. Y así lo hizo. Vendió el televisor, el radio y todo lo que pudo, para abonarlo a su deuda. Trabajó día y noche, tuvo que imponerse un plan de subsistencia mínima para él y su familia y a los tres años era un hombre libre de deudas. Pobre pero honrado. Próspero en su ambiente, pues poco a poco iba comprando todos aquellos bienes superfluos que había vendido.
Siguió trabajando duramente y esforzándose más. Al poco tiempo instaló su taller de zapatería y se convirtió en un industrial de éxito, un industrial mediano, pero de éxito.
A ver si aprenden la moraleja.
La lucha sigue y la patria vive.
Buenos días y buenas noches Nicaragua.
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