Winston Churchill fue un buen político, culto, inteligente, leal a su país y a su reina, que supo gobernar Gran Bretaña después del inútil primer ministro Arthur Neville Chamberlain, y enfrentar la Segunda Guerra Mundial eficientemente. Pero Churchill fue un típico inglés de la élite dominante victoriana que creía en su derecho a conquistar y gobernar un imperio colonial depredador. Un supremacista blanco capaz de hacer todo para el mayor beneficio del Imperio Británico, sin escrúpulos.
Desde joven Churchill promovió y defendió las atrocidades imperiales que cometía el Imperio Británico. Durante la invasión de Afganistán en 1897 dijo: “Procedimos sistemáticamente, aldea por aldea, y destruimos las casas, sellamos los pozos, derribamos las torres, cortamos los grandes árboles de sombra, quemamos las cosechas y rompimos los embalses en acciones de castigo devastadoras”. Después de Afganistán intervino en Sudán, donde se jactó de haber disparado contra “los salvajes”.
Los británicos en Sudáfrica metieron en campos de concentración a los colonos holandeses instalados allí desde el siglo XVII, llamados boers, incluyendo mujeres, niños y ancianos. Por cierto, eran blancos. Los boers en esos campos, bajo ardiente sol y plagados de moscas, estaban hacinados y llenos de plagas y enfermedades. Los suministros de alimentos eran prácticamente inexistentes y ante la menor infracción percibida los guardias cruelmente no repartían las poquísimas raciones de los prisioneros. Churchill dijo falsamente en The Morning Post, que les producían “solo un mínimo de sufrimiento”. En un año el 10 por ciento de toda la población bóer murió en los campos británicos para civiles, incluyendo 20 mil niños. Churchill dijo que lo único que “le molestaba” sobre ese genocidio era que los negros al servicio de los británicos “tuvieran que disparar contra personas blancas”.
Durante la I Guerra Mundial hubo una hambruna en Persia (Irán) que causó la muerte de dos millones de personas. El ejército británico, que ocupaba ese territorio, acaparó todo y dejó desprovistos de alimentos a los persas o iraníes condenándolos a morir de hambre y enfermedades asociadas a la desnutrición, para que sus enemigos del Imperio Otomano (turcos) no pudieran pensar en ocupar Persia por la escasez de alimentos. Habiendo sido Winston Churchill por aquellos años Primer Lord del Almirantazgo, Secretario de Estado de la Guerra y Secretario de Estado del Aire, tuvo gran responsabilidad por ese genocidio.
Para evitar que los japoneses que avanzaban desde Birmania, pudieran continuar si tuviesen la tentación de ocupar el Noreste de India, Churchill aprobó que Londres actuara para provocar una hambruna en Bengala en 1943, sin importarle la muerte de tres millones de hombres, mujeres, ancianos y niños hindúes. Por otra parte, como Secretario Colonial del Imperio Británico, al terminar la I Guerra Mundial, Winston Churchill envió a un grupo de 10 mil matones veteranos de guerra británicos para invadir y someter a Irlanda al dominio Inglés, aterrorizando a los civiles irlandeses, incluyendo niños, con la mayor brutalidad y desprecio de los derechos humanos.
Muchos no conocíamos estas acciones criminales de Winston Churchill. Nos relataron la historia incompleta. Así sucede en los temas políticos; solo nos cuentan una parte de la historia según los intereses dominantes de cada época en cada región del mundo. Los centros educativos y medios de comunicación bajo la influencia de los poderosos frecuentemente parcializan la información. Así como Churchill ayudó a su imperio a invadir, conquistar territorios, explotar, cometer genocidios y crímenes de lesa humanidad, igual han hecho dirigentes de todos los países que fueron o son poderosas potencias mundiales. Unos hipócritamente acusan a otros cuando ellos hacen lo mismo. Ahora Vladímir Putin, un autoritario gobernante de ultra derecha, llevó a Rusia a invadir Ucrania creando una guerra injustificada y cruel que condenamos, mientras pedimos a Dios por los pueblos de Ucrania y Rusia. Los pueblos no son culpables de las acciones repudiables de algunos de sus gobernantes.
Artículo de opinión de Adolfo Miranda Saénz.
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